Los laberintos del placer

SÓCRATES: Philebus venía diciendo que el regocijo, el placer y el deleite y toda clase de sentimientos afines son un bien para el ser humano, mientras que yo sostengo que no son éstos, sino la sabiduría y la inteligencia y la memoria y todo lo que con éstas está relacionado, como también lo son las opiniones correctas y el verdadero razonamiento. Y serían además las cualidades más ventajosas. ¿Acaso no he hecho, Philebus, una justa exposición de las dos caras del argumento?

PHILEBUS: Nada me parece más justo, Sócrates.

SÓCRATES: Ahora debemos tú y yo tratar de distinguir un estado o disposición del alma que tenga la propiedad de hacer a todos los hombres felices… Y tú dices que es el placer, y yo, la sabiduría… ¿Pero… y si existe un tercer estado del alma que es mejor que los otros dos?

PLATÓN, Philebus, 360 a.C.

Sucede que veces en la vida los momentos curiosos, las experiencias interesantes y las etapas inolvidables vienen sin dar los buenos días, sin cita previa y como un ciclón, y luego, cuando te estabas relamiendo de la visita, saltan por la ventana y te los quedas mirando un rato, preguntándote cuando se dignarán a pasarse otra vez.

Sin irme por las ramas de la filosofía barata, el motivo de esta extraña introducción es que he descubierto un libro, de estos que duermen en tu estantería, presa de los ácaros del polvo que invaden sus portadas y que, sin ni mucho menos esperarlo, me está encantando.

Lo compré barato en una tienda de segunda mano, y no había reparado en él por ser un libro aparentemente denso de neurociencias, al que seguramente su antiguo dueño desechó por la misma razón.

Se llama “Los laberintos del placer en el cerebro humano”, de Francisco Mora, e intenta ofrecer una reflexión y divulgar unas trazas de explicación de muchísimas incógnitas relacionadas con el placer humano (no sólo cexo, sino también por ejemplo la comida, la bebida, el sexo y el juego, el sueño o la evitación del calor o el frío). El éxito de la consecución de estas conductas se ve recompensado con el placer.

Sin tener nosotros ni pajolera idea de cómo, desde el origen de la misma vida, todos los seres que pueblan la Tierra nacen con la energía de moverse hacia lo que le produce placer, gratitud y bienestar. Parece ser que los códigos básicos que desarrollan estas operaciones de búsqueda están en el diseño genético de la propia vida, algo que ya existiría miles de millones de años antes de que los seres humanos llamáramos a esa cosa “placer”.

En mamíferos, además, parece ser que el organismo utiliza el placer como una medida para poner en marcha unas conductas y no otras. Ante una situación de conflicto entre tener que escoger dos o tres necesidades imperiosas (protegerse del frío, comer o dormir), éste elige a partir de una evaluación emocional que le lleva simplemente a obtener el mayor placer posible. Esto, a la postre, suele coincidir con lo que es más necesario biológicamente. Por eso se dice que el placer “sirve a las necesidades del organismo” (ejemplo ilustrativo, necesito echar un polvo).

El cerebro humano actúa también a través de los mismos mecanismos y realiza una especie de transacción económica (placer-beneficio) que le lleva a seguir las conductas que le resultan más interesantes o apropiadas en cada momento para maximizar el placer. Si nos dan a elegir entre una pieza de arte, un viaje exótico o hacer el amor, ¿qué haremos? Los mecanismos que nos llevan a decidir y operar no parecen ser otros que aquellos que tienden a maximizar el placer que se puede obtener en cada una de estas tres opciones. Lo que nos pasa, es que también nos vemos afectados por ese infinito repertorio de ingredientes contenidos en una determinada cultura y que matizan, moldean e incluso en ocasiones nos hacen reprimir tales comportamientos.

Cuando nos vemos obligados a tomar decisiones, los humanos primero evaluamos la situación con una impronta emocional placentera, que es como una indicación inicial que nos orienta hacia la decisión correcta. Luego, la razón matiza, elabora, y perfecciona (o la lía) la decisión final. Por eso aquello de “la primera impresión es la que vale”.

Antes hablábamos de conductas como el comer, beber, el sexo y los juegos o dormir, como conductas que se dan en el ser humano y de las que obtenemos placer. Pero en el ser humano, se desarrollan muchos más tipos de placer. En el hombre, el placer tiene una paleta de registros mentales y conductuales tan complejos que no sólo cubre el proceso del placer físico ya descrito, que va de la anticipación a la consumación, sino que también recorre ese otro arco hermoso que va desde la anticipación hasta sólo la contemplación. Placeres puramente humanos, para los que se requiere ese otro componente que llamamos conocimiento, abstracción, ideales… Son los placeres que evocan aquello que llamamos belleza.

Resumiendo pues, el hombre come, bebe, juega procrea y ama la belleza por un “motivo”, que no es otro que aquel que le lleva a la consecución de un placer del que ignora su significado último.

El placer, el sentimiento profundo de bienestar corre en el hombre un arco tan grande como lo es el arco vital de su cerebro, y es en cualquier edad que esconden en su esencia aquello que parece recompensarnos de lo duro, triste, fatigoso y doloroso que puede ser el batallar por el mantenimiento de la vida.

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