Móviles, ordenadores y grupos sociales, ¿uso, abuso o todo lo contrario?

Hoy me gustaría escribir sobre un tema que he estado hablando entre amigos, y que me llama la atención: el uso e influencia social de las nuevas formas de comunicación.

Como buen psicólogo «pesao», empezaremos el post hablando de los grupos.

Cuando la gente piensa en un grupo, suele pensar típicamente en una aglomeración de individuos dentro de una situación concreta (ej. una familia en el salón de su casa, un equipo de fútbol entrenando, trabajadores en su entorno laboral, o unos amigos charlando de sus cosas en una cafetería). Esos, sin duda, son genuinamente grupos, tal y como han sido descritos tradicionalmente por disciplinas como la Psicología Social.

Más allá de estos ejemplos, cada vez es más y más común observar, gracias a internet, otra serie de entornos comunicativos, y redes sociales como Whatsapp, Twitter, Facebook y otros forman parte ya de nuestra vida diaria.

adicción-al-móvilHoy en día, nadie puede negar que estas plataformas han transformado el día a día de la gente, y esto incluye a sus grupos. Las pandillas, equipos de trabajo, familias e incluso amantes ya no necesitan verse cara a cara para comunicarse al instante, y éste entorno virtual dónde ahora se emplazan influencia sin duda sus dinámicas.

Estoy convencido que prácticamente todos nosotros, con diferentes tipos de reacciones, hemos experienciado como la mente de la persona con la que compartes espacio físico se encuentra sumergida en dichos entornos, o tú eras el que lo hacía.

¿Por qué sucede esto? ¿Por qué esa facilidad a recurrir a ello? Porque son unos yonkos, dirán los más afilados. Porque con quien está comunicándose virtualmente es más interesante que tú, dirán algunos. Porque tenían que responder a algo que no podían postergar, dirán otros. He perdido interés en el post, a ver si ligo con alguien en Tinder, dirán otros pocos…

Si no es así, “dale caña pabajo”, apreciado lector.

Interacción social e implicación emocional.

El juego del ultimatum es una herramienta muy conocida en el estudio de las implicaciones psicológicas de la interacción social.

En un ejemplo prototípico del juego, a Pepe (o jugador A) se le propone que reparta una determinada cantidad de dinero (pongamos 100€) con Antonia (o jugador B), según le convenga, haciendo una única y definitiva propuesta (pues te voy a dar 30 y me quedo con 70, por ejemplo).

Antonia, por su parte, podrá aceptar o no dicha propuesta. En caso de no aceptar, ningún jugador ganaría nada. Por el contrario, si acepta se procede al reparto según la propuesta realizada, por Pepe.

Ultimatum-Game.png

Pues bien, se ha descubierto que propuestas “injustas” (donde se ofrece 30% del dinero o menos) son rechazadas con mucha más contundencia si el que ofrece dicha propuesta es humano que si es un ordenador. Parece que si es humano nos da más coraje, y ésta hipótesis se ve corroborada a través de estudios de neuroimagen, donde la interacción social humana injusta activa regiones relacionadas con el dolor y el estrés, y otra serie de áreas cerebrales que se relacionan con la generación de inferencias sobre otros seres humanos (ej. pues Pepe es un capullo… ¿Por qué hace eso? ¿Qué se habrá creido? «Le vi reventá»).

Todo esto sugiere que la interacción con la persona requiere mucha más implicación emocional y esfuerzo cognitivo que la interacción con un ordenador, más partes del cerebro activadas y toda esa movida que brota involuntariamente con nuestro pobre Pepe.

Claves de la comunicación online: el papel de la comunicación no verbal.

Hoy en día se sabe que en las interacciones personales el contenido verbal (el mensaje) sólo es un componente más de la situación comunicativa. Es más, la mayoría de conversaciones cotidianas están basadas casi enteramente en claves no verbales, tales como las expresiones faciales, el tono de la voz, los gestos, el lenguaje corporal, el contacto visual e incluso la distancia física entre los interlocutores.

Percibiendo estas variables añadimos un nivel más de profundidad, y obtenemos más información que nos permite inferir las intenciones de la otra persona, su implicación en la conversación, si están relajados o estresados, si se sienten atraídos por nosotros… pero nos demandan más esfuerzo cognitivo y emocional que si sustituimos dichas variables por emoticonos o signos de puntuación.

Las redes sociales, en definitiva, son una nueva herramienta maravillosa para ciertos fines (ponerte en contacto con muchísima gente, entretenerte, compartir información interesante como música, blogs, etc.), pero percibamos cuándo y cuánto abusamos de ellas, en detrimento de una vida social más rica.

Esforzémonos en encontrar el equilibrio, yo creo que merece la pena.

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El efecto Barnum

Buenas tardes, lector/a.

Hoy, que me has pillado inspirado, tengo que confesarte un secreto: tengo poderes mentales. Y los pienso usar con el fin de describirte, desgranar tu personalidad y la complejidad de tus rasgos de conducta. Un segundo, voy a estrujarme «er selebro»…

ImageVeamos… estoy completamente convencido de que tienes la necesidad de que otras personas te aprecien y admiren, y sin embargo eres crítico contigo mismo. Aunque tienes algunas debilidades en tu personalidad, generalmente eres capaz de compensarlas. Tienes una considerable capacidad sin usar que no has aprovechado. Tiendes a ser disciplinado y controlado por el exterior pero preocupado e inseguro por dentro. A veces tienes serias dudas sobre si has obrado bien o tomado las decisiones correctas. Prefieres una cierta cantidad de cambios y variedad y te sientes defraudado cuando te ves rodeado de restricciones y limitaciones. También estás orgulloso de ser un pensador independiente; y de no aceptar las afirmaciones de los otros sin pruebas suficientes. Pero encuentras poco sabio el ser muy franco en revelarte a los otros. A veces eres extrovertido, afable, y sociable, mientras que otras veces eres introvertido, precavido y reservado. Algunas de tus aspiraciones tienden a ser bastante irrealistas…

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¡Podeeer ilimitadooorl…! Naaa en verda no.

 

 

Es posible que os hayais percatado que, en los horóscopos, y algunos oscuros programas de madrugada, afirman cosas que son altamente generalizables, y os sorprendais que la gente se lo crea. O no, quizá tu lo creas.

Tampoco pasaría nada. Simplemente, quizá podrías haber sido víctima de lo que se ha denominado el “efecto Barnum”, o “el efecto psicológico que describe la tendencia que tenemos a aceptar ciertas predicciones vagas y generales como verdaderas y específicamente fabricadas para nosotros”.

El señor Barnum, feriante del siglo XIX, que amañó una fortuna con sus célebres engaños en el mundo del espectáculo, y por el que se da nombre a esta tendencia, expresaba su eficacia sutilmente en la siguiente frase: “cada minuto nace un tonto”. barnum2

Sin compartir la creencia de Barnum, lo que parece estar claro es que a veces somos ciertamente parciales, y filtramos la información en base a nuestra identificación subjetiva. Estudios de todo tipo han comprobado que este efecto se produce de manera universal independientemente de cada cultura, aunque parecen ser variables relevantes que el sujeto se crea que el análisis sólo se aplica a él, si el evaluador es una figura de autoridad, o si el análisis se centra en aspectos mayoritariamente positivos.

Os dejo con un vídeo acerca del tema.

http://www.youtube.com/watch?v=yL0sCp7o-hc

 

¡Buen mes de Diciembre!

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¡Zas, en toda la boca!

¿Qué separa al loco del cuerdo? ¿Qué es la enfermedad mental? ¿En función a qué la diagnosticamos?, ¿Actúa el campo de la salud mental en ocasiones como mero instrumento para obtener un control social?

Si habéis tenido la oportunidad de ver la película «Alguien voló sobre el nido del cuco», quizá al haberla visto os rondaran estas preguntas por la cabeza (o no, ajin).Image

He de suponer que inquietudes similares a éstas (aunque antes del estreno de la película) precedieron a uno de los experimentos más curiosos que se han hecho en este campo.

A principios de 1970, David Rosenhan, antiguo profesor de psicología y derecho en Stanford, había observado que muchos hombres alegaban enfermedad mental para evitar el reclutamiento en la Guerra de Vietnam. Fingir algún síntoma era relativamente fácil, pero ¿hasta qué punto?

Casi obedeciendo un impulso, Rosenhan llamó a ocho amigos, y probablemente les dijera algo así: ¿Ola k ase? ¿Tienes algo que hacer el mes que viene? ¿Te importaría fingir una enfermedad mental para que te internen en una institución psiquiátrica, y a ver qué pasa una vez dentro? Así, tres psicólogos, un estudiante de posgrado, un pediatra, un psiquiatra, un pintor y un ama de casa se unieron al experimento.

La jugada era la siguiente: los falsos pacientes tenían que presentarse a un hospital concreto (en diferentes puntos geográficos) y decirle al psiquiatra: «oigo una voz que me dice ¡zas!»  El resto de preguntas que les hiciesen debían contestar con total sinceridad, excepto nombre y profesión. Una vez que los ingresaran, si eso sucedía, debían declarar inmediatamente que habían dejado de oír la voz y que se encontraban bien. 

¿Qué se proponía este hombre haciendo eso? Él era consciente del enorme control social que tenían los psiquiatras en su época y lo criticaba. Por ello, quiso indagar acerca de si los diagnósticos psiquiátricos respondían a la existencia en los pacientes de síntomas que pueden ser categorizados científicamente o, por el contrario, los diagnósticos psiquiátricos se pueden formar en las mentes de los observadores sin ser resúmenes válidos de las características manifestadas por el observado.

¿Qué creéis que ocurrió con estas personas? chan chan chaaan… pues que a todos los ingresaron en instituciones psiquiátricas situadas en lugares diferentes de EE.UU. incluyendo algunas viejos e infradotadas. Algunas en zonas rurales, otros hospitales universitarios con excelente reputación, y uno estrictamente privado.

Una vez dentro, Rosenhan y sus «pseudopacientes» se comportaron de una manera absolutamente normal. A pesar de ello, ninguno fue detectado como impostor por el personal. Aunque los pseudopacientes se presentaron con síntomas idénticos (¡zas!), 7 fueron diagnosticados en hospitales públicos con esquizofrenia, y uno con psicosis maniaco-depresiva, un diagnóstico más optimista y mejor pronóstico clínico, en el hospital privado.

Image

De su experiencia internos, Rosenhan y los otros pseudopacientes denunciaron la deshumanización, invasión de la privacidad, y el aburrimiento que sufrieron. Informaron de que aunque el personal parecía bien intencionado, en general objetivaba y deshumanizaba a los pacientes, a menudo discutían sobre los pacientes en su presencia como si no estuvieran allí, y evitaban el contacto directo con los pacientes excepto cuando lo exigían su obligaciones. Algunos ayudantes manifestaban abusos verbales y físicos hacia los pacientes cuando otros miembros del personal no estaban presentes. El contacto medio con los psiquiatras, psicólogos, residentes, y médicos, todos ellos en conjunto, fue de una media de 6.8 minutos al día.

Todos recibieron terapia. Cuando hablaban de las alegrías, las satisfacciones y las decepciones de la vida normal, todos comprobaron que su pasado era interpretado en coherencia con el diagnóstico, pongamos que así: «este hombre blanco de 39 años de edad manifiesta un largo historial de ambivalencia considerable en las relaciones íntimas, falta de estabilidad afectiva, y aunque afirma que tiene varios nuevos amigos, es ambivalente en dichas relaciones…».

Finalmente, todos fueron dados de alta con un diagnóstico de esquizofrenia “en remisión”. La duración de la hospitalización varió de 7 a 52 días, con una media de 19 días.

El experimento de Rosenhan sirvió para dejar en evidencia la falta de rigor diagnóstico de la psiquiatría de la época, y sobre todo, para llamar la atención de las consecuencias que ésta falta de rigor podría acarrear a una persona. Se considera que el experimento impulsó el movimiento de la antipsiquiatría y aceleró el movimiento de reforma de los hospitales psiquiátricos y de desinstitucionalización del tratamiento de los enfermos mentales en la medida en que fuera posible. Bien es cierto que, cuando ingresaron Rosenhan y sus colegas, los psiquiátras se apoyaban en el manual de trastornos psiquiátricos «DSM-II», en donde los síntomas de esquizofrenia describían conceptos tan vagos como «neurosis reactiva» o «dificultades en la creación de vínculos afectivos» y, a mayor ambigüedad en el lenguaje, mayor posibilidad de error. Y otra de las verdades de este experimento, es que demuestra lo nocivo que puede ser etiquetar a una persona, y cómo determina esta etiqueta la forma en la que lo percibimos.

Hoy en día, el campo de la salud mental ha avanzado mucho, teniendo poco que ver con el contexto de Rosenhan. Actualmente conocemos con mucha más profundidad el funcionamiento de los problemas psicológicos, y existen manuales que fijan unos criterios diagnósticos menos ambiguos en los que basarnos en lugar de realizar un diagnóstico aventurado. Pero aún así, queda todavía mucho camino por recorrer.

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La utopía

La utopía está en el horizonte, yo se muy bien que nunca la alcanzare, que si yo camino diez pasos ella se alejará diez pasos. Cuando más la busque menos la encontraré porque ella se va alejando a medida que yo me acerco. ¿Para qué sirve la utopía? Para caminar.

Fernando Birri

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¿Cómo pudo pasar?

¿Cuáles son los límites de la presión social? ¿Qué sucedería si una figura de autoridad exige obediencia hasta el punto de que a la persona le parece reprobable?

Rebuscando en la historia para ejemplificar más conocido ejemplo de obediencia ciega a la autoridad podríamos remontarnos al Holocausto Nazi. Este es el término acuñado a la persecución y asesinato sistemáticos de aproximadamente seis millones de judios por el régimen nazi y sus colaboradores durante la Segunda Guerra Mundial, que supusieron la devastación de la mayoría de comunidades judías en Europa. 

Algunos de los horribles métodos de tortura incluyeron palizas, matanzas aleatorias, mutilaciones, violaciones y toda clase de técnicas para degradar los derechos fundamentales de una persona. Reflexionando sobre este hecho, la cuestión que emerge de la gran mayoría de personas es: ¿cómo es posible que un ser humano sea capaz de cometer unos crímenes tan exacrables?

«Seguía ordenes» y «las órdenes del Führer tienen la fuerza de la ley» fueron algunas de las expresiones más repetidas una y otra vez e los tribunales de Nüremberg y otros donde los nazis fueron juzgados al terminar la guerra.

Basándonos en los resultados de Milgram y otros investigadores, las consecuentes de la conducta de estos soldados podría no residir en sus personalidades sino en la estructura social y la presión grupal de la situación.

Milgram en 1974 se atrevió a realizar un experimento que hoy en día estaría prohibido por problemas éticos, pero de metodología curiosa.

Una serie de voluntarios acudían a la prueba por una pequeña dotación económica. Una vez en el lugar donde transcurriría la experimentación las personas, las cuales entraban individualmente y no en grupo, eran saludadas por el líder del proyecto el cual las introducía a otra persona, un actor cómplice al experimento, como si éste fuera un participante más con el que harían juntos la prueba. Acto seguido les comunicaba que el experimento se basaría en estudiar el aprendizaje bajo castigo y presión indicándoles que uno tomaría el rol de “maestro” y el otro el de “alumno”. Por supuesto la prueba estaba preparada para que al actor siempre le toque el puesto de “alumno” y a la persona el de “maestro”. Luego de repartir los roles eran separados en dos habitaciones diferentes, donde podían oírse pero no verse. Tras esto, al “maestro” se le daba un shock de 45 voltios indicándoles que esa sería la graduación más baja que el “alumno” recibiría, y que con cada respuesta errada el voltaje iría aumentando. A iniciar el test las respuestas estaban estratégicamente ubicadas cuando fuera necesario, por lo que el voltaje, y por ende el dolor del “alumno”, se incrementaría gradualmente. En la etapa final el alumno no sólo gemiría y golpearía las paredes del dolor, sino que además comunicaría sus problemas cardíacos. Si el experimentador decía que el sujeto debía aplicar la descarga, éste tenía que obecerle. Pero, ¿hasta cuánto sería una persona capaz de seguir aplicándo este castigo sabiendo que la otra persona esta sufriendo?

Los resultados fueron como mínimo sorprendentes: de las personas en las que se realizó el experimento, un 60% a pesar del llanto y los pedidos de clemencia de la víctima, llegaron a aplicar el shock final de 450 voltios. Curiosamente, la gran mayoría de los que llegaron al final lo hicieron bajo una inmensa presión y nervios. Sin embargo, muy pocos se negaron a no obedecer

Mucho se ha hablado de este experimento, y varias son las preguntas que pueden plantearse:

¿Volveríamos a hacerlo hoy en día? ¿Eran estas personas tan diferentes a nosotros? Según señalan Blass y otros investigadores que han emulado la prueba bajo diferente metodología, los experimentos de Milgran parecen ser bastante coherentes a través del tiempo y de diferentes situaciones.

Todo esto nos debería hacer pensar acerca del inmenso poder que la autoridad puede ejercer sobre las personas, y la maleabilidad de la conducta humana.

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Primavera

Ya llegó la primavera. El sol, tácito, acaricia la piel otrora castigada por tardes lluviosas, se levantan las pasiones y mayo se transforma, despistado, en cada uno de nosotros.

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La televisión en España – Crítica del periódico «The Guardian»

Acabo de leer el siguiente artículo (http://www.guardian.co.uk/culture/2011/apr/01/critics-notebook-javier-perez-de-albeniz.) y me ha gustado tanto que lo voy a traducir para compartirlo en español. Javier Pérez de Albéniz (blog: eldescodificador.wordpress.com), crítico televisivo español, define nuestra televisión y nuestro nivel cultural en el siguiente artículo, abróchate el cinturón:

En España, los niveles de lectura son muy bajos, el fracaso escolar muy alto y el desprecio público por la cultura colosal. Sin embargo, ¡no todo está perdido!: nos podemos considerar como los líderes mundiales de la telebasura.

La televisión española muestra un completo desprecio por el gusto o la decencia, exponiendo material no recomendado para niños a todas horas del día, explotando el escándalo, la violencia,  el sexo «macho man” y una pincelada de charlatanería y pseudociencia. Las noticias son partidistas y sensacionalistas, el lenguaje vulgar y los anuncios ganan la partida a todos los horarios. Pero mientras la audiencia siga manteniéndose, todos tan contentos.

De hecho, los españoles estamos pegados a la pantalla: el consumo medio de televisión en España en 2010 fue 234 minutos (casi 4 horas) por persona por día.

Decir que la televisión en España es francamente mala es quedarse corto. La televisión en España es horrorosa. Las estrellas de la programación son las sitcoms (programas de comedia), cuya patética actuación y guiones baratos hacen que el público de risas enlatadas se desternille.

Hay reality shows que alienan a los concursantes tanto como a los televidentes, y discusiones políticas que son tan extremas como partidistas. Las únicas noticias que merecen dicho nombre son transmitidas por TVE, un canal público que, ahora que ha parado de mostrar publicidad, está afectado por problemas financieros.

Mientras que TVE ganó 63’5 M euros menos que en 2010 respecto al año pasado y cerró sus cuentas con una pérdida de 48M euros, los canales privados están ganando más dinero que nunca. Las ganancias de Telencinco se despegaron al 30% durante 2010, y Antena 3 creció 79’6% respecto a 2009.

Un canal principal en solitario, Telecinco, albergó el 51% de los anuncios gracias a un límite de canales permitidos el pasado año por la Comisión Nacional de Competitividad. Menos pluralidad, más beneficio: Telecinco es el canal de Belén Esteban, la exmujer de un torero coronada por la audiencia española como la “princesa del pueblo”. La princesa de la telebasura.

Artículo traducido de “The Guardian” sobre la televisión española.

Nos calca el cabron, ¡Ahí coño, exportándo buena imagen al exterior!

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Los laberintos del placer

SÓCRATES: Philebus venía diciendo que el regocijo, el placer y el deleite y toda clase de sentimientos afines son un bien para el ser humano, mientras que yo sostengo que no son éstos, sino la sabiduría y la inteligencia y la memoria y todo lo que con éstas está relacionado, como también lo son las opiniones correctas y el verdadero razonamiento. Y serían además las cualidades más ventajosas. ¿Acaso no he hecho, Philebus, una justa exposición de las dos caras del argumento?

PHILEBUS: Nada me parece más justo, Sócrates.

SÓCRATES: Ahora debemos tú y yo tratar de distinguir un estado o disposición del alma que tenga la propiedad de hacer a todos los hombres felices… Y tú dices que es el placer, y yo, la sabiduría… ¿Pero… y si existe un tercer estado del alma que es mejor que los otros dos?

PLATÓN, Philebus, 360 a.C.

Sucede que veces en la vida los momentos curiosos, las experiencias interesantes y las etapas inolvidables vienen sin dar los buenos días, sin cita previa y como un ciclón, y luego, cuando te estabas relamiendo de la visita, saltan por la ventana y te los quedas mirando un rato, preguntándote cuando se dignarán a pasarse otra vez.

Sin irme por las ramas de la filosofía barata, el motivo de esta extraña introducción es que he descubierto un libro, de estos que duermen en tu estantería, presa de los ácaros del polvo que invaden sus portadas y que, sin ni mucho menos esperarlo, me está encantando.

Lo compré barato en una tienda de segunda mano, y no había reparado en él por ser un libro aparentemente denso de neurociencias, al que seguramente su antiguo dueño desechó por la misma razón.

Se llama “Los laberintos del placer en el cerebro humano”, de Francisco Mora, e intenta ofrecer una reflexión y divulgar unas trazas de explicación de muchísimas incógnitas relacionadas con el placer humano (no sólo cexo, sino también por ejemplo la comida, la bebida, el sexo y el juego, el sueño o la evitación del calor o el frío). El éxito de la consecución de estas conductas se ve recompensado con el placer.

Sin tener nosotros ni pajolera idea de cómo, desde el origen de la misma vida, todos los seres que pueblan la Tierra nacen con la energía de moverse hacia lo que le produce placer, gratitud y bienestar. Parece ser que los códigos básicos que desarrollan estas operaciones de búsqueda están en el diseño genético de la propia vida, algo que ya existiría miles de millones de años antes de que los seres humanos llamáramos a esa cosa “placer”.

En mamíferos, además, parece ser que el organismo utiliza el placer como una medida para poner en marcha unas conductas y no otras. Ante una situación de conflicto entre tener que escoger dos o tres necesidades imperiosas (protegerse del frío, comer o dormir), éste elige a partir de una evaluación emocional que le lleva simplemente a obtener el mayor placer posible. Esto, a la postre, suele coincidir con lo que es más necesario biológicamente. Por eso se dice que el placer “sirve a las necesidades del organismo” (ejemplo ilustrativo, necesito echar un polvo).

El cerebro humano actúa también a través de los mismos mecanismos y realiza una especie de transacción económica (placer-beneficio) que le lleva a seguir las conductas que le resultan más interesantes o apropiadas en cada momento para maximizar el placer. Si nos dan a elegir entre una pieza de arte, un viaje exótico o hacer el amor, ¿qué haremos? Los mecanismos que nos llevan a decidir y operar no parecen ser otros que aquellos que tienden a maximizar el placer que se puede obtener en cada una de estas tres opciones. Lo que nos pasa, es que también nos vemos afectados por ese infinito repertorio de ingredientes contenidos en una determinada cultura y que matizan, moldean e incluso en ocasiones nos hacen reprimir tales comportamientos.

Cuando nos vemos obligados a tomar decisiones, los humanos primero evaluamos la situación con una impronta emocional placentera, que es como una indicación inicial que nos orienta hacia la decisión correcta. Luego, la razón matiza, elabora, y perfecciona (o la lía) la decisión final. Por eso aquello de “la primera impresión es la que vale”.

Antes hablábamos de conductas como el comer, beber, el sexo y los juegos o dormir, como conductas que se dan en el ser humano y de las que obtenemos placer. Pero en el ser humano, se desarrollan muchos más tipos de placer. En el hombre, el placer tiene una paleta de registros mentales y conductuales tan complejos que no sólo cubre el proceso del placer físico ya descrito, que va de la anticipación a la consumación, sino que también recorre ese otro arco hermoso que va desde la anticipación hasta sólo la contemplación. Placeres puramente humanos, para los que se requiere ese otro componente que llamamos conocimiento, abstracción, ideales… Son los placeres que evocan aquello que llamamos belleza.

Resumiendo pues, el hombre come, bebe, juega procrea y ama la belleza por un “motivo”, que no es otro que aquel que le lleva a la consecución de un placer del que ignora su significado último.

El placer, el sentimiento profundo de bienestar corre en el hombre un arco tan grande como lo es el arco vital de su cerebro, y es en cualquier edad que esconden en su esencia aquello que parece recompensarnos de lo duro, triste, fatigoso y doloroso que puede ser el batallar por el mantenimiento de la vida.

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La paradoja de la alternativa

Existe un dogma muy extendido en las sociedades occidentales. Este dogma nos dice que si tú estas interesado en hallar el mayor bienestar posible, el camino es maximizando tu libertad individual. Es obvio que la libertad es un valor en sí mismo bueno, valioso, algo que vale la pena y que es esencial para sentirnos seres humanos.

Pero la clave (la piedra filosofal de las sociedades liberales) es mostrarnos que la manera para conseguir esta libertad es maximizando el número de alternativas a escoger (a medida que tengas más, serás más libre, y a medida que seas más libre, hallarás más bienestar).

Esta manera de pensar está tan arraigada que mucha gente ni siquiera se plantea si es cierta o no. Pero planteándotelo o no, la situación se da así.

Por ejemplo, tu quieres comprarte un portátil, pero hay 900 millones de marcas con 900 millones de características (que si con más memoria, con la pantalla más o menos grande, portátil o sobremesa, ¿o quizá notebook?… también hay que tener en cuenta el precio claro…).

O el caso de un adolescente de bachillerato granudo. A ese chaval se le pide que elija con toda la libertad del mundo entre decenas de carreras que el mundo universitario le ofrece, cada unas con sus pros y sus contras.

En general, todo lo que nos rodea (trabajo, cursos, ocio en general, productos básicos) se nos presenta con el mismo panorama, como una cantidad inmensa de repertorio donde poder elegir. Lo que esto significa, esta increíble libertad de elección que tenemos con respecto a tantas cosas, implica estar tomando decisiones una y otra vez (¿Qué compañía de avión cojo; qué agencia de turismo elijo para viajar; estudio o trabajo; humanidades o ciencias; que marca de pasta de dientes elijo?).

Todos vemos las ventajas de poder elegir entre tantas cosas, así que hablemos de lo malo. Tomar tantas decisiones genera principalmente dos efectos negativos:

  1. El primer efecto es que, paradójicamente, cuando tenemos muchísimas opciones a las que elegir, nos sentimos paralizados más que liberados. El exceso de posibilidades no nos ayuda, sino que nos dificulta.
  2. Si llegamos a superar la rayada de posibilidades y elegimos, el simple hecho de haber tenido que elegir entre una gran cantidad de opciones genera una alta probabilidad de que quedemos menos satisfechos con el resultado que si hubiésemos tenido menos opciones.

¿Por qué pasa esto?

–  Primeramente, suele darse lo que se llama arrepentimiento por anticipación. Si escoges cereales Nesquick en vez de cereales con chocolate y fibra o cereales más baratos marca Hacendado podrás rayarte más fácilmente, incluso si tu elección fue la mejor.

–  Segundo, ocurre lo que se llama escala de expectativas. Cuando existen un montón de opciones disponibles, las expectativas del sujeto que quiere comprar algo se incrementan, así que aumenta la posibilidad de que compre cosas más y más caras, en orden de alcanzar sus nuevas expectativas (además de llamar con el móviles puedo hacer fotos, y videos, y conectarme a internet…).

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Resumiendo, el dogma oficial nos dice:

Maximizar el bienestar va de la mano con maximizar la libertad, y ésta se logra maximizando las alternativas. Más alternativas significa más libertad, y más libertad más bienestar.

Parece ser que no es así. No cabe duda que algo de elección es mejor que nada, pero tener 10.000 posibilidades de elegir no es mejor que tener unas cuantas. Existe una sobresaturación de opciones.

Lo que permite todas estas elecciones en las sociedades industriales es la afluencia material. Si algo de lo que permite que la gente en nuestras sociedades tenga tantas opciones se trasladara a sociedades en que la gente tiene muy pocas, no sólo se mejoraría la vida de estas personas, sino también las nuestras. Esto es lo que los economistas llaman “Pareto-improving move”.

Para terminar, oigo muy a menudo gente que dice (a veces echándonos la culpa) que el problema de los jóvenes de hoy en día es que estamos muy dispersos, no nos centramos en nada. No me costaría ningún trabajo adivinar el por qué, y no es culpa nuestra.

Mi opinión personal es que existe una sobresaturación de información inmensa para absolutamente todo, y tomando ésta como punto de partida donde sumergirse, se debe saber elegir qué es importante y que no en función a nuestras inquietudes, y construirnos poco a poco una base de valores y de metas, con la mayor independencia posible. Crear nuestro propio refugio, nuestros principios, nuestra propia guía.

La propia paloma mensajera de tu curiosidad te marcará el camino a elegir, y hay que aprovechar la vida que nos queda al máximo.

Porque como diría John Lennon, “la vida es eso que pasa mientras haces otros planes”.

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El pensamiento único (por Ignacio Ramonet)

En estos días de defenestración política, de destrucción de antiguas ideologías que quedaron en la misma, el poder político (llámese PP o PSOE, a fin de cuentas, son casi lo mismo), asfixiado por el poder económico y financiero (multinacionales que mueven ingentes cantidades de capitales en connivencia con FMI, BM y diferentes bastardos) trata de corregir el déficit público suprimiendo lo que queda de los antiguos Estados del Bienestar. La discusión política es banal, el escaso interés de los ciudadanos por la misma es evidente, pero la respuesta a esta situación que se va haciendo cada vez más insostenible todavía es mediocre. Y entonces empiezo a pensar que sí que se impone eso que Ramonet escribió hace muchos años, «el pensamiento único».

El pensamiento único
Ignacio Ramonet

Atrapados. En las democracias actuales, cada vez son mas los ciudadanos que se sienten atrapados, empapados en una especie de doctrina viscosa que, insensiblemente, devuelve cualquier razonamiento rebelde, lo inhibe, lo perturba, lo paraliza y acaba por ahogarlo. Esta doctrina, es el pensamiento único, el único autorizado por un invisible y omnipresente policía de la opinión.

Tras la caída del muro de Berlín, el desfonde de los regímenes comunistas y la desmoralización del socialismo, la arrogancia, la altanería y la insolencia de este nuevo evangelio se extiende con tal intensidad que podemos, sin exagerar, calificar este furor ideológico de moderno dogmatismo.
¿Qué es el pensamiento único? La traducción en términos ideológicos con pretensión universal de los intereses de un conjunto de fuerzas económicas, en particular las del capital internacional. Ha sido, por así decirlo, formulada y definida desde 1.944, con ocasión de los acuerdos de Brenton-Woods. Sus fuentes principales son las grandes instituciones económicas y monetarias –Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, Organización de Cooperación y Desarrollo Económico, Acuerdo General sobre Tarifas Aduaneras y de Comercio, Comisión Europea, Banco de Francia, etc.- que mediante su financiación vinculan al servicio de sus ideas, a través de todo el planeta, numerosos centros de investigación, universidades, fundaciones… las cuáles perfilan y expanden la buena nueva en sus ámbitos.

Este discurso anónimo es retomado y reproducido por los principales órganos de información económica, y particularmente por las “Biblias” de los inversores y bolsistas –The Wall Street Journal, Financial Times, The Economist, Far Eastern Economic Review, Les Echos Reuter, etc.-, propiedad, con frecuencia de grandes grupos industriales o financieros. Un poco por todas partes, las facultades de ciencias económicas, periodistas, ensayistas, personalidades de la política… retoman las principales consignas de éstas nuevas tablas de la ley y, a través de su reflejo en los grandes medios de comunicación de masas, las repiten hasta la saciedad. Sabiendo con certeza que, en nuestras sociedades mediáticas, repetición equivale a demostración.

El primer principio del pensamiento único es tan potente que un marxista distraído no lo cuestionaría: la economía supera a la política. Es basándose en tal principio que, por ejemplo, un instrumento tan importante en manos del poder ejecutivo como el Banco de Francia ha sido, sin oposición destacable, convertido en independiente en 1.994 y, de alguna forma, “dejado a salvo de las contingencias políticas”. “El Banco de Francia es independiente, apolítico y apartidista”, afirma en efecto su gobernador Jean Claude Trichet, que añade sin embargo: “Nosotros pedimos la reducción del déficit público”, (y) “perseguimos una estrategia de moneda estable”. ¡Como si esos dos objetivos no fueran políticos!.

En nombre del realismo y del “pragmatismo” – que Alain Minc formula de la siguiente forma: “El capitalismo no puede desfondarse, es el estado natural de la sociedad. La democracia no es el estado natural de la sociedad. El mercado si” -, la economía es situada en el puente de mando. Una economía desembarazada, como es lógico, del obstáculo de lo social, una suerte de ganga patética cuya pesadez sería motivo de regresión y crisis.

Los otros conceptos-clave del pensamiento único son conocidos: el mercado ídolo cuya “mano invisible corrige las asperezas y disfunciones del capitalismo” y, muy especialmente, los mercados financieros, cuyos “signos orientan y determina el movimiento general de la economía; la concurrencia y la competitividad, que “estimulan y dinamizan las empresas, conduciéndolas a una permanente y benéfica modernización”; el librecambio sin limitaciones, “factor de desarrollo ininterrumpido del comercio, y por tanto de nuestras sociedades”; la mundialización, tanto de la producción manufacturera como de los flujos financieros; la división internacional del trabajo, que “modera las reivindicaciones sindicales y rebaja los costos salariales”; la moneda fuerte, “factor de estabilización”; la desreglamentación, la privatización; la liberalización, etc. Siempre “Menos Estado”, un arbitraje constante a favor de las rentas del capital en detrimento de las del trabajo. Y la indiferencia respecto al coste ecológico.

La repetición constante en todos los medios de comunicación de este catecismo por casi todos los políticos, tanto derecha como de izquierda, le confiere una tal carga de intimidación que ahoga toda tentativa de reflexión libre, y convierte en extremadamente difícil la resistencia contra este nuevo oscurantismo.

Se acabará considerando de alguna forma que las decenas de millones de parados europeos, el desastre urbano, la precarización general, la corrupción, los suburbios en llamas, el saqueo ecológico, el retorno de los racismos, de los integrismos y de los extremismos religiosos y la marea de los excluidos son simples espejismos, alucinaciones culpables, discordantes de forma extremista en el mejor de los mundos, que construye, para nuestras conciencias anestesiadas, el pensamiento único.

Fuente: Le Monde Diplomatique.

Esto se escribió en 1995, pero subraya cosas que están sucediendo hoy y ahora.

Frente a este capitalismo salvaje que vivimos hay que saber decir “no” a todas esas promesas utópicas que desde la ideología del mercado se nos dice, que todo esto nos trae progreso y desarrollo, a este mito de que ya no hay ideologías en el mundo, cuando eso se dice desde una posición ideológica muy clara, que es la dominación intelectual y cultural, y el control científico, económico y político en el mundo.

Lo que está sucediendo con este derrumbamiento constante de ideas, es que se están perdiendo todos los grandes valores éticos del comportamiento político y social.

Se habla siempre en democracia de la voz del pueblo. Pero la voz del pueblo es un reflejo de los medios de comunicación.

La mayor parte de las televisiones del mundo están en manos de las multinacionales que intentan controlar la información, que quieren aplicar el modelo y desacreditar por completo todo tipo de polémicas sobre este modelo dominante, que es el absoluto libre mercado.

Un dato, según algunas fuentes de opinión, en «los países ricos», el 75% de las personas no leen ni un libro al año. ¿Cuál es la fuente de su información? En buena parte, la televisión. Ven la televisión y luego la gente dice lo mismo. El origen de esa opinión no es el pueblo, es el mensaje televisivo, que ocupado en buena parte por banalidades absolutas, no ofrecen un mensaje claro sobre cómo están en realidad las cosas, omitiendo asuntos muy importantes y graves.

Después de la crisis económica sufrida,  se han ido produciendo progresivamente pequeños cambios, que se han ido materializando de forma que «la sangre no llegara al río», Estos cambios ahora evidentes (sindicatos sin poder de decisión, reforma laboral, recortes en pensiones y déficit de ayudas sociales), los medios nos lo repiten día a día, pero nunca señalando a los verdaderos culpables, disfrazando a la especulación y a las brutalidades financieras de una catástrofe que a surgido espontáneamente y que tenemos que trabajar para ella.

Honestamente, deberíamos hacernos la siguiente pregunta ¿Acaso ganó el pensamiento único?

Empecemos a hacer algo y, ¡que viva la esteban!

Pgcgc

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